En
el fútbol, ritual sublimado de la guerra, once hombres de pantalón
corto, son la espada del barrio, la ciudad o la nación.
Estos guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la
multitud, y le confirman la fe, en cada enfrentamiento entre dos
equipos entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a
hijos. El
estadio tiene torres y estandartes, como un castillo, y un foso hondo
y ancho alrededor del campo.
Al medio,
una raya blanca señala los territorios en disputa, en cada extremo
aguardan los arcos que serán bombardeados a pelotazos, y ante los
arcos, el área se llama zona de peligro.
En el
círculo central, los capitanes intercambian banderines y se saludan
como el rito manda...
(Galeano;
1998: 9)
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